Su mujer abre la puerta de su casa en Castelli al 200, en Morón, y su dóberman hipercariñoso da la bienvenida. Claudia es su pareja y su ángel desde hace once años. Le pega un grito y le dice que se apure. Y es que, para Gustavo Villareal, es un día de relax. Es feriado por el Día de la Raza, y si bien madrugó, no fue a entrenar porque la pileta está cerrada. Entonces aprovecha para descansar, después de haber participado del Campeonato Argentino Máster en el CENARD el fin de semana, y se prepara para hacer la Travesía del Paraná el próximo 23 de octubre. Ya sentados a la mesa, Claudia le sirve el té y se queda a su lado. Gustavo habla bajito y pausado; tranquilo. Será que en su vida aprendió a esperar –y mucho- su gran reconocimiento, que le llegó el año pasado, cuando se convirtió en el Campeón Argentino Máster de Aguas Abiertas a los 48 años, casi 30 después de haber perdido una pierna, y ya recuperado de su adicción a las drogas y al alcohol.
A Gustavo siempre le gustó la natación. De eso está seguro. Empezó a nadar cuando tenía cinco años, en el Club Morón, y a los seis ya competía. Pero no recuerda si de chico pensaba en hacer del agua el eje de su vida. Ya de más grande, supo que quería conseguir trabajo en una pileta y empezó un curso de guardavidas que no terminó, porque el 26 de abril de 1982 sufrió el accidente que dividió su vida en dos.
Pero antes de esa fecha, Gustavo planeaba abrir un taller de motos, e ir comprando las herramientas con el sueldo que ganaba como correo interno para una empresa de cosméticos. Y es que los fierros también son una parte importante de su vida. De la anterior y de la nueva.
Y fue andando en dos ruedas hasta que el curso de su vida cambió. Él iba por una avenida, cuando una camioneta dobló a la izquierda, en “u”, y lo chocó. Enseguida fue trasladado al Hospital Posadas y le amputaron la pierna porque tenía gangrena. “Si no me la cortaban, me moría”, explica. Y entonces, con sus padres ya fallecidos, con el acompañamiento de sus hermanos y con una mezcla de angustia e indignación, Gustavo tuvo que pensar cómo salir adelante. “Me daba mucha bronca. Cuando veía al tipo que me llevó por delante, alcoholizado, quería ir a meterle un par de manos, pero no me podía parar”, confiesa.
Expuesto al dolor y con gran incertidumbre, Gustavo no se imaginó un futuro vinculado al deporte y la opción más sugestiva que encontró, en un principio, fue abrir, finalmente, el negocio de motos del que todavía es propietario. “Eso me ayudó a seguir viviendo”, cuenta. Pero no sólo vivía por y para las motos. “Después del accidente, tomé el camino que no conocía. Pensé ‘casi me muero y no conocí nada. Ahora quiero conocer todo’”, confiesa Gustavo, respecto de la adicción a las drogas y al alcohol que le consumió 17 años de su vida. “Al principio estaba todo bárbaro, pero después fue un sufrimiento muy grande. Si no me drogaba o no tomaba un whisky, no podía hacer nada. Hoy te puedo decir que estaba mal”, reflexiona.
Y cuando sentía que tocaba fondo, se ponía a rezar, porque su bronca no llegó a erosionar su fe. “No estaba enojado con Dios. Es más, había días en que estaba re bajón y me iba a misa”, cuenta Gustavo, que tiene una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y una de la Virgen en su modular, entre las medallas de los campeonatos.
Pero cuando no estaba angustiado, Gustavo tenía sus noches de “Sexo, drogas y rock & roll”. En una de las tantas, el 22 de agosto de 1999, conoció a Claudia Vázquez, y como hubo “una piel terrible”, a la semana ya estaban conviviendo. “Fue como si nos conociéramos de toda la vida. Lo que pasa es que nosotros estábamos en un infierno de drogas y alcohol”, afirma. Pero llegó un momento en que ese infierno ya no estaba encantador. “No servía para nada. Iba a una psicóloga para que Claudia no me pateara pero, cuando salía, iba a comprar drogas y volvía re puesto mal”, cuenta. Y verlo llegar así, para su mujer era muy duro. “Yo también soy recuperada y no quería esa vida ni para él ni para mí”, afirma Claudia. Gustavo, que reconoce haber tenido un rencor muy grande por la pérdida de su pierna y por ver que no era la persona que quería ser, en 2000 comenzó un tratamiento con internación ambulatoria que duró dos años. Y cuando por fin salió, todavía faltaba que abandonara el tabaco. “Pero todo lo malo tiene algo bueno”, justifica. Los intentos por dejar el cigarrillo lo hicieron hallar en el deporte un buen camino. “Volver fue una iniciativa propia. De a poco, pude tener un poco de estilo y estabilizar el cuerpo en el nado, con la falta de la pierna, con problemas cervicales y con un brazo que no me funciona al cien por ciento. Después me federé en el Club Argentino de Castelar y me anoté para participar en torneos”, cuenta Gustavo. Así, liberado de las cadenas de las adicciones, desde 2004 participa en competencias en aguas abiertas. En 2007 salió subcampeón en 100 metros mariposa en el Campeonato Argentino Máster de natación en San Luis, y en 2009 se convirtió en Campeón en Santa Fe.
Gustavo dice que le gusta nadar mucho más en aguas abiertas que en una pileta; que disfruta del aire limpio y de la temperatura ambiente; y descarta toda posibilidad de que sean peligrosas. “El riesgo está en los dos lados. En las abiertas, siempre vamos con un grupo de apoyo, embarcaciones. Una persona que no sabe de natación lo puede ver peligroso, pero no hay problema”, afirma.
Y “como siempre le gustó dar una mano”, el campeón conectó su mayor pasión con la solidaridad. Gustavo organiza todos los veranos el “Encuentro Acuático por el ‘No’ a la Droga y ‘Sí’ a la Vida”, en Mar del Plata, a beneficio, y ahora entrena duro para hacer la Travesía del Paraná el 23 y 24 de octubre, con el objetivo de ayudar a la parroquia San Pedro Apóstol, de Morón.
Lo máximo que nadó fueron 23 kilómetros en San Pedro. Pero esta vez se propone hacer 136, desde Rosario hasta San Pedro, con un equipo de 14 personas. “Es una prueba muy difícil. Esperamos hacerlo en diez o doce horas. La primera etapa es del monumento a la bandera hasta San Nicolás. Paramos para dormir, y a la mañana siguiente arrancamos bien temprano”, explica sobre esta prueba de gran exigencia física, de voluntad y monetaria.
Para poder hacerla, se deben cubrir el alquiler de las embarcaciones, el combustible, el alojamiento y los alimentos y bebidas energizantes, es decir, se requiere de fondos que Gustavo no tiene y que tampoco recibe de parte del estado. Por eso, todos los días se levanta bien temprano y, antes de entrenar cuatro o cinco horas, manda mails para intentar conseguir ayuda. Además, también necesita dinero para su próxima meta: nadar 37 kilómetros en el Río de la Plata la segunda quincena de diciembre. “Hasta ahora lo cruzaron 15 argentinos y ninguno con capacidades diferentes”, aclara.
Verdadero referente no sólo para los que tienen capacidades especiales, también para los adictos y para toda persona que esté necesitando un empujoncito para salir adelante, Gustavo nunca perdió la fe y agradece el apoyo de la gente “que es lo que le da ganas de seguir”. “Necesitamos de la buena onda. Esto sería ‘ayudame para poder ayudar’”, concluye.
Cómo colaborar
Aquellos que quieran donar dinero, lo pueden hacer a través de la página oficial.